Simplemente era un gusano. Un gusano que se movía a toda velocidad por la carretera, esquivando lo coches. Pero ciertamente, era un gusano. Se movía distraído, como si paladeara cada trozo de alfalto que quedara bajo su cuerpo y no le gustara el sabor. Y buscaba otros sabores.
En su casa, su recóndita y oscura casa, sólo crecía asfalto de la variedad picante, y el prefería mil veces la amarga. Cuando encontraba un trozo lo suficientemente grande o que aparentaba ser jugoso, se lo cargaba a la espalda y se deslizaba, como sin prisa, a toda velocidad entre los coches, sorteándolos de una manera natural y poco cuestionable.
Un neumático le rozó por el costado. Esperó pacientemente.
Quieto.
Oyó el rudo del coche al estrellarse. Luego frenazos, los bocinazos de los otro coches antes de unirse a la algarabía. Y luego el olor a neumático quemado. Parecía una fiesta.
Más lentamente ahora, casi con torpeza, el gusano se apresuró a rescatar de debajo de las chapas que habían quedado esparcidas por la carretera el asfalto que tenía neumático pegado.
Amargo.
miércoles, 1 de agosto de 2007
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1 comentario:
Neumáticos amargos, bocinas dulces, el cambio y la transmisión —pero no el resto del fuselaje, ese es como mezclar limón y mermelada— de un salado marino.
Pero sin duda, lo mejor de todo son las palancas de cambio ácidas —otros dicen que correosas, qué sabrán ellos de exquisiteces—. Ácidas, sí.
Ácidas
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